por Jorge Chouy
jchouy@seragro.com.uy
El piso se mueve, también entre nosotros. La ganadería de carne transcurre en Uruguay por una etapa de violentos remezones, en la que varios factores se entrecruzan, generando euforias y angustias alternadas a los distintos agentes de la cadena.
Algunos elementos que componen el escenario son de reciente aparición, otros estaban subyaciendo en espera de una oportunidad para manifestarse. La suba violenta del precio del ganado, que correlativamente aparejó el aumento del precio de la carne al público, tiene causas coyunturales, pero también responde a factores más profundos, que expresan características firmemente instaladas en la cadena productiva.
La circunstancia está signada por la participación de la exportación de ganado en pie, que desde mediados del año pasado tiene un papel relevante en el mercado, extrayendo un número significativo de animales de categorías que están escasas, como los novillitos de sobre-año, nacidos en la primavera de 2009.
Precisamente, el otro componente básico de esta coyuntura tiene que ver con la sequía de 2008-2009, que provocó una caída cuantiosa en el número de terneros nacidos en ese ejercicio, y en el stock en general. Los altos precios de la reposición –sumados a la mejora de la condición forrajera, debido a las lluvias copiosas, aunque no generalizadas, caídas en febrero y marzo– promueven un enlentecimiento en la oferta de ganado a frigorífico, con la consecuente suba de precios.
La conjunción simultánea de estos y otros factores llevaron a la industria frigorífica a tener que pagar valores por la hacienda que dicen no poder sostener, por lo que tratan de bajar el ritmo, ajustando su actividad a una oferta restringida, enviando empleados al seguro de paro, adelantando licencias en un momento que normalmente corresponde al inicio de la zafra, y aumentando el precio de la carne al abasto interno, único mercado en el que pueden incidir, hasta cierto punto, en la formación del precio de venta.
Por el lado de la demanda, los precios de la carne que vendemos en el exterior siguen en niveles altos y no hay señales de que vayan a cambiar de signo, al tiempo que los consumidores locales, que comen la tercera parte de la producción total, mantienen el fuego de las parrillas encendido, alimentado por la mejora en los ingresos populares y por el atraso cambiario, que permite comprar más fácilmente bienes que se referencian al dólar, como un churrasco o un electrodoméstico.
Más allá de la coyuntura, también pesan una serie de elementos consolidados, estructurales, que definen el escenario productivo y la cadena cárnica en general.
Los avances en la productividad del rodeo, caracterizada por una participación muy alta de novillos jóvenes en la faena y una elevada proporción de hembras de dos años entoradas, con creciente asunción de manejos como el destete precoz y la suplementación estratégica, aparejan relaciones de precios entre las distintas categorías diferentes a las históricas, que no habrán de cambiar una vez que las tensiones de la actual coyuntura pierdan fuerza.
Así, la relación flaco/gordo se afirma por encima de la unidad: como en toda ganadería eficiente, vale más el kilo de reposición que el del animal puesto en frigorífico. Asimismo, el precio de la vaca preñada y el de los vientres en general, con más cautelas, más lentamente, también tiende a afirmarse, y se ubica cercano y a veces por encima de los valores de las mismas descripciones, cuando se destinan a engorde o a faena, sugiriendo un mayor interés de los productores por el futuro de la cría.
Si bien al tiempo de cierre de este informe se tiende a atenuar los extremos más agudos y ríspidos de la coyuntura, con la industria pasando precios menores, y con bajas en la carne al abasto, los precios de equilibrio, tanto de la carne como de los ganados, se consolidan en niveles muy altos, hasta ahora desconocidos en nuestro medio.
La pregunta que cabe formularse es si estos valores responden a una coyuntura distorsionada, o son los que realmente habrán de regir de acá en adelante en nuestra ganadería, a los que deberán ajustarse tanto la industria como el consumidor local.
Veamos algunos elementos que integran esta dinámica y compleja coyuntura.
Baja faena y producción no asegurada
Un factor esencial en el cuadro de situación es la relativamente baja producción que se está obteniendo, en alguna medida reflejo de un stock disminuido por la sequía de 2008-2009, y fundamentalmente por la más reciente sequía de los últimos meses, que desbarajustó la disponibilidad forrajera y obligó a consumir reservas previstas para el invierno y a gastar fondos adicionales para alimentar a los ganados.
Como expresión de esas condiciones, la faena de este ejercicio viene siendo bastante pobre: hasta mediados de marzo es 9% inferior a la del año pasado. Se siguen faenando más vacas que novillos, pero no en la proporción del ejercicio anterior: ahora 50% son vacas y 47% novillos.
Las previsiones del INAC establecen una faena de 2,3 millones de reses para este año, pero arrancamos con baja energía.
Según la visión de los operadores, hay poco ganado preparado en los campos y, hasta ahora, los altos precios de los granos no estimulaban a encerrar animales en los corrales, algo que está cambiando con las nuevas relaciones de precios.
En las últimas semanas se ha venido re-gistrando una baja en el precio de los insumos alimenticios (granos y subproductos de la agricultura), simétrica a una suba en el precio del ganado, con buenas expectativas de permanencia.
Pero, por otro lado, los precios de la reposición –que se dispararon por encima de cualquier previsión– pueden llevar a muchos invernadores a destinar parte de las chacras previstas originalmente para cultivos forrajeros a la siembra de cultivos comerciales de invierno, trigo o cebada principalmente, que este año prometen buenos márgenes.
Tampoco está claro que vaya a haber una inversión fuerte en praderas, que reponga las pérdidas provocadas por la última sequía; las fichas todavía se están jugando.
FONTE: EL PAÍS
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